Parece que tenemos un chip instalado de serie: nos fascina lo inalcanzable. Si el vecino tiene un auto nuevo, queremos uno mejor; si alguien se va de vacaciones a algún lugar paradisíaco, ahí queremos estar nosotros. Como decía Oscar Wilde, "Cuando los dioses quieren castigarnos, nos conceden nuestros deseos". Es una especie de paradoja que nos lleva siempre a esa mezcla de ganas y frustración.