A veces es tan simple como observar el mundo en el que vivimos, repleto de vidas y de existencias, y en cada una de ellas un verdadero universo de experiencias, de vivencias. Como caminos tapizados de imágenes que se entrecruzan con los caminos de aquellos que tenemos cerca y que, de alguna forma, tocan nuestro tiempo existiendo en esta realidad.
Momento a momento tomamos la decisión consciente, elegimos el sendero que deseamos tomar, basándonos en quienes somos, en nuestra experiencia y, finalmente, en lo que creemos que son nuestros gustos. Aunque a veces, ni siquiera nos damos cuenta de que estamos eligiendo. Porque esa es una de las trampas más frecuentes: vivir sin presencia, creyendo que lo que ocurre simplemente es, cuando en realidad somos partícipes de cada giro.
Vivimos convencidos de que la vida está hecha de grandes momentos, de hitos: ese ascenso, esa mudanza, ese viaje, ese proyecto que empieza o termina. Pero la vida —la real— se nos escurre entre los dedos en los instantes que desestimamos. En el café que se enfría mientras revisamos el celular, en esa conversación que podría haber sido profunda, pero fue distraída. En los silencios que no escuchamos por estar demasiado ocupados imaginando un futuro que, con suerte, será tan incierto como el presente.
El presente no se mide en segundos ni en relojes. Se mide en conciencia. En estar. En elegir estar. Y eso, aunque suene simple, es cada vez más difícil.
Nos enseñaron a vivir mirando hacia adelante. A construir hacia el futuro. A pensar siempre en lo que sigue. Y, sin embargo, el único momento que realmente tenemos es este. No ayer. No mañana. Este instante.
No se trata de desentendernos del futuro ni de negar el pasado. Se trata de comprender que la única plataforma de transformación, de decisión y de vida, es el ahora. Y que vivir atentos a este momento no nos vuelve menos ambiciosos, sino más lúcidos.
En el trabajo, en lo personal, en lo emocional: todo ocurre en el presente. Las conversaciones importantes, las ideas creativas, los conflictos que evitamos y las soluciones que imaginamos. El liderazgo, el aprendizaje, el amor, la frustración, el miedo, la motivación… todo empieza en el ahora.
La ansiedad vive en el futuro. El arrepentimiento, en el pasado. La libertad, en el presente.
Pero no se trata solo de una declaración filosófica. Es una herramienta concreta. Estar presentes nos hace mejores líderes, mejores padres, mejores colegas, mejores personas. Nos permite escuchar con atención, responder con claridad, accionar con coherencia.
¿Querés mejorar tu performance? Empezá por estar presente.
¿Querés conectarte más con quienes te rodean? Escuchalos sin estar pensando en lo que vas a responder.
¿Querés tomar mejores decisiones? Hacelo desde la calma de este instante, no desde la urgencia del que vendrá.
Y si esto suena a cliché, está bien. Los clichés son verdades repetidas. Y quizás por eso dejamos de escucharlas. Pero basta con detenernos un segundo, mirar a nuestro alrededor, y ver que todo lo importante que alguna vez nos ocurrió… ocurrió en un instante. En un ahora.
La verdadera revolución, en este mundo hiperconectado y permanentemente distraído, es volver a uno mismo. Recuperar el centro. Habitar el cuerpo. Sentir la respiración. Estar en este momento, con todo lo que eso implica.
Porque ahí, y solo ahí, empieza todo.
Autor: Fabian Mesaglio
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