lunes, 30 de junio de 2025

La Ilusión Utópica: Cuando la Perfección nos Paraliza

¿Te preguntaste alguna vez por qué seguimos corriendo hacia un horizonte que parece alejarse con cada paso que damos?


Vivimos esperando eso que aún no llega, como si no pudiéramos parar un segundo. De alguna manera nos grabaron a fuego que conformarnos está mal, pero como con todo, socialmente lo llevamos histéricamente al límite. Como decía Voltaire: "Lo perfecto es enemigo de lo bueno". De esa manera tenés generaciones enteras sin poder avanzar porque creen primero que necesitan llegar a una imposible perfección.



Esta situación poco escalable es autoinfligida, pero basada en una sociedad mayormente enfocada en la imagen y no en la esencia, en el tener y no en el ser. En la excelencia performática y no en la consumación genuina de la experiencia. Como un síndrome del impostor expandido a cada nivel de la vida: la posición, la imagen personal, el conocimiento, el dinero, el éxito, en una escalera que no termina en ningún lado.


El Museo de Estatuas Vivientes


Detenidos como estatuas de sal esperando a ser suficientemente hegemónicos en cada aspecto, como si estuviéramos bajo escrutinio constante. Adeptos a la idea de un camino que solo va hacia adelante y que se va desmoronando a la altura de nuestros talones. No pudiendo hacer las paces con nuestros logros, como si por el solo hecho de ya tenerlos, perdieran importancia.


Pero aquí radica la paradoja más cruel de nuestra época: mientras perseguimos incansablemente la próxima meta, desvalorizamos sistemáticamente todo lo que ya hemos conquistado. Como observaba Lao Tzu: "El sabio no busca la realización. Al no buscarla, no se siente defraudado. Al no sentirse defraudado, vive en paz". Es como si fuéramos coleccionistas que, una vez que obtienen la pieza deseada, inmediatamente la consideran obsoleta.


La Trampa de la Escalera Infinita


Esta mentalidad nos convierte en rehenes de una lógica perversa. Cada logro se transforma en el nuevo punto de partida, nunca en un destino donde podamos detenernos a celebrar. Como dice el proverbio zen: "Si encuentras a Buda en el camino, mátalo". Traducido a nuestro contexto: si encuentras la satisfacción en el camino, destrúyela, porque "no puede ser suficiente".


La sociedad del rendimiento nos ha vendido la idea de que el crecimiento debe ser exponencial y constante. LinkedIn está plagado de historias de "hustle culture" que predican que si no estás escalando, estás fracasando. Pero ¿qué pasa cuando toda una generación con una idea internalizada de que nunca es suficiente lo que son o lo que tienen?


Como advertía Séneca: "No es pobre el que tiene poco, sino el que desea más". La respuesta es simple y aterradora: se paralizan.**


El Síndrome de la Perfección Diferida


Conocí a un ingeniero brillante que llevaba tres años "preparándose" para aplicar a una posición senior. Tenía más que suficientes habilidades, pero esperaba dominar "esa certificación más", "ese proyecto adicional", "esa habilidad extra". Mientras tanto, otros con menos preparación ya ocupaban las posiciones que él creía merecer.

Esta historia se repite en miles de variaciones: el emprendedor que no lanza su producto porque "falta pulir un detalle", el artista que no muestra su obra porque "aún no está lista", el profesional que no negocia su salario porque "necesita más experiencia".

Como decía Salvador Dalí: "Ten miedo de la perfección, nunca la alcanzarás". La perfección se convierte en la excusa perfecta para no actuar.


La Felicidad como Hito, no como Horizonte

Disfrutar de aquello que logramos no va de la mano con esa mediocridad a la que tanto tememos, sino que nos permite abrazar el momento en que llegamos a una meta. Y como la felicidad no es otra cosa que la conclusión de hitos en camino a nuestras metas, simplemente somos felices.

Esta idea rompe con el paradigma dominante. La felicidad no es el gran premio al final del camino, sino la capacidad de reconocer y celebrar cada estación del viaje y el viaje mismo.

Aristóteles lo llamaba "eudaimonia": no un estado de éxtasis permanente, sino el florecimiento que surge de realizar nuestro potencial paso a paso, reconociendo cada avance como valioso en sí mismo.


Reaprender el Arte de Estar

¿Cómo rompemos esta ilusión utópica?

  • Primero, reconociendo que la vida no es una competencia contra otros, sino una exploración de lo que somos capaces de ser y hacer. Cada persona tiene su ritmo, su contexto, sus circunstancias únicas.
  • Segundo, desarrollando la capacidad de hacer inventario de nuestros logros. No desde la arrogancia, sino desde el reconocimiento honesto de nuestro crecimiento. ¿Dónde estabas hace cinco años? ¿Qué sabías? ¿Qué podías hacer? Esa distancia recorrida es real y valiosa.
  • Tercero, entendiendo que el crecimiento no es lineal. Hay momentos para avanzar y momentos para consolidar. Hay temporadas para sembrar y temporadas para cosechar. Como enseñaba Confucio: "El hombre que mueve una montaña comienza cargando pequeñas piedras". La naturaleza lo sabe; nosotros lo hemos olvidado.


La Revolución Silenciosa


La verdadera rebeldía en esta época no es correr más rápido hacia la siguiente meta, sino detenerse lo suficiente para valorar dónde estamos. No es acumular más logros, sino aprender a habitarlos.

Porque al final, la vida no se mide por la velocidad con la que atravesamos las experiencias, sino por la profundidad con la que las vivimos. Como reflexionaba Viktor Frankl: "Todo puede serle arrebatado a un hombre, menos la última de las libertades humanas: elegir su actitud ante cualquier conjunto de circunstancias".

La ilusión utópica nos promete que la felicidad está siempre un escalón más arriba. Pero quienes han aprendido a ser felices saben que está disponible exactamente donde están parados, cuando deciden reconocer el valor de su presente imperfecto pero real.

¿Y vos? ¿Cuándo fue la última vez que celebraste estar exactamente donde estás?


Autor: Fabian Mesaglio

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