Napoleón Bonaparte, con su histórica frase "Vísteme despacio, que estoy apurado", parece haber anticipado la locura en la que vivimos hoy. Nos obsesiona la velocidad como si fuera sinónimo automático de éxito. Corremos detrás del aprendizaje exprés, trabajos inmediatos y soluciones instantáneas. Pero rara vez nos detenemos a pensar: ¿a dónde vamos tan rápido? O peor aún, en contadas ocasiones observamos el camino que estamos tomando, o el fin que queremos alcanzar.
Hoy, en plena era de la inteligencia artificial, las tareas de alto pensamiento se volvieron casi una trivialidad. Las herramientas de IA generan código como por arte de magia. Sin embargo, no basta con pedir deseos a esta lámpara maravillosa; hay que saber formularlos correctamente para no convertirnos en ese meme. Como bien dijo John Ruskin: "La calidad nunca es un accidente; siempre es el resultado de un esfuerzo inteligente". Saber preguntar es, quizá, más valioso que la respuesta misma. Como albaceas de ese corto período de tiempo que llamamos vida, somos nosotros los que asignaremos parte de ese tiempo a convertirnos en aquellos que tendrán la sabiduría para detenernos, observar y juzgar resultados, aprendiendo en el transcurso.
Este tsunami tecnológico nos ofrece océanos de información, pero rara vez nos sumergimos en sus profundidades. Vivimos chapoteando en datos superficiales, confundiendo acumulación con conocimiento, cantidad con calidad. Karl Popper nos lo advirtió: "La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el rechazo a adquirirlos". Y ese rechazo sucede cuando, en nuestro apuro, dejamos de lado el entendimiento profundo y la reflexión crítica. Vemos la flor, pero no nos preguntamos por el orden en sus colores o el propósito de su aroma.
La tecnología no va a detener su ritmo; por el contrario, está acelerando. Por eso necesitamos con urgencia un nuevo equilibrio, una forma de balancear el tiempo: para conocerlo todo y, a la vez, llegar a comprender lo suficiente. Aprender despacio, pero avanzar rápido. Debemos salir de fase, internalizando profundamente lo esencial mientras aprovechamos la velocidad que nos brindan las herramientas avanzadas.
Apoyarse demasiado en tecnologías que no entendemos es peligroso. Nos arriesgamos a producir un mal peor, ya que son canicas arrojadas de espaldas a un vacío que se encuentra en una habitación oscura, que no sabemos si realmente está ahí. Y así podemos pegarle a algo sin saber. De esa manera quedamos expuestos cuando eso falle o no sea exactamente como esperamos. Ahí queda claro que la velocidad superficial no compensa nuestra falta de bases sólidas.
¿Cómo logramos entonces este equilibrio tan vital?
Primero, tendríamos que comprender que debemos ir por calidad sobre cantidad. Dominar profundamente algunos conceptos clave nos permitirá avanzar con pasos firmes. Una base sólida es siempre preferible a un mar de conocimientos superficiales. Esto quiere decir que necesitás comprender lo que sucede, no que podés utilizar tu ignorancia como excusa para no dedicar tiempo a lo nuevo.
Segundo, cultivemos la paciencia estratégica. Algunas ideas requieren tiempo, deben madurar lentamente en nuestra mente, sabiendo que hoy podemos llegar a un resultado rápido, pero que si lo hacemos sin el conocimiento de base y queremos que crezca, vamos a necesitar adquirirlo, ya sea antes o después de poner en práctica esas ideas. Es como manejar por rutas complejas: acelerás en la autopista, pero frenás en las curvas cerradas.
Tercero, seamos flexibles. Vivimos en un mundo en constante transformación. El universo es cambio, y adaptarse rápidamente es esencial; es lo que nos hace distintos. Stephen Hawking lo definió con claridad: "La inteligencia es la habilidad de adaptarse al cambio". Y en estos tiempos veloces, esa habilidad lo es todo.
Finalmente, reconozcamos nuestros límites con humildad intelectual. No podemos ni debemos pretender saberlo todo. Menos ahora que hemos creado verdaderos oráculos que están ahí, oficiando de memorias perpetuas, de analistas de lo sucedido y hasta de operadores de nuestros deseos. Lo importante es priorizar inteligentemente, eligiendo qué conceptos requieren profundidad y cuáles pueden ser resueltos eficazmente por la IA.
En definitiva, "Vísteme despacio, que estoy apurado" resume perfectamente lo que necesitamos en la era de la inteligencia artificial: calma para aprender —porque en este lugar nos vamos a llenar de preguntas—, profundidad para comprender —porque es ahí donde podremos crear—, y velocidad tecnológica para actuar —porque sin esta velocidad nos vamos a quedar en el tiempo, observando a aquellos que sepan cómo subirse a la vía rápida—.
El equilibrio es un arte, y cuanto mejor lo dominemos, mayores serán nuestras oportunidades en este mundo que no va a parar de girar por vos.
Fabián Mesaglio
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