miércoles, 27 de mayo de 2020

La Dirección y la Autocritica




La autocrítica


Durante mucho tiempo se creyó que pedir autocrítica a la gente en nuestros equipos era un buen camino para que cada individuo se encontrará con un espejo en el que puede ver sus errores.

El problema está en que la gente tiende a negativizar el error en lugar de capitalizarlo, ver lo malo de lo sucedido en lugar de valorar el aprendizaje o las oportunidades de mejora que surgen de cada fallo.

Los efectos negativos de la autocrítica


El problema de esta tendencia a crucificar el error es, que desvía el punto y nos llena de efectos detrimentales como la culpa y la consecuente necesidad de castigo para expiarla. Esto correrá el foco de la persona y la pondrá en un camino negativo, en el que palabras como ansiedad, menosprecio y preocupación, tapizarán las paredes del lugar que transitamos.

Esto desaprovecha el tiempo en una repetición constante del error en la mente del recurso.

Lo destructivo de la autocrítica


El sentimiento de fracaso, la angustia, la ansiedad, la irritabilidad, la baja autoestima, el consumo de sustancias, son todos efectos colaterales de una autocrítica mal llevada. Y el producto de la misma es una evidente baja en la moral y por tanto en la productividad de esa persona, simplemente se desmotivan pensando más en el error cometido y los riesgos punitorios del mismo, que en la forma de solucionarlo.

Caminos para sanar


Quizás nos toque llevar a la gente por un camino de autoperdón, de autocompasión, ayudar a que encuentren la alegría de quién soluciona, de quién internaliza el error y lo transforma en oportunidad de mejora, en el que capitaliza cada fallo para poder hacer un mejor trabajo que antes y más aún, el que lo abraza con el fin de aprender todo lo que estuvo mal y enseñarle a otros desde su experiencia.

Los efectos del miedo y la autocompasión en el cuerpo


La amígdala es la encargada de procesar la información que los sentidos envían al cerebro y a la vez la que determina, cuándo estos se sobrecargan por emoción, liberando adrenalina y cortisol. Así aumenta tanto la frecuencia respiratoria como la cardíaca, entre otros como la sudoración, se agudizan los sentidos, el acceso a memoria es más veloz y se eleva enormemente el umbral de dolor. Entramos en alerta y el cuerpo se prepara ya sea para atacar o para recibir un ataque.

Este mecanismo integral de defensa del cuerpo ha sabido ser útil al ser humano en momentos de peligro y necesidad. El gran problema y a la vez la gran solución es la capacidad de la mente humana de hacer simulaciones. Y acá es donde la autocrítica nos lleva a un lugar en el que el estrés y la decepción pondrán nuestro cuerpo en un estado de alerta. Por un momento nos dará más capacidad pero que quemará nuestros recursos en muy poco tiempo.

Simulando para ser más efectivos.


Los estados de alerta del cuerpo como ya vimos pueden detonarse por un evento real o por uno imaginario y es en este punto donde podemos actuar para poder controlar esto. Si visualizamos las situaciones en que cometimos esos errores, o simplemente comenzamos a planificar antes de realizarlos, pondremos a nuestra amígdala en una situación conocida, con lo cual no comenzará un estado de pánico, con su consecuente desgaste y evitaremos así los estados de angustia.


Enfocarnos de forma positiva y respirar


Si planteamos escenarios donde la solución y el aprendizaje son el foco, la persona que entró en el ciclo de autocrítica tendrá grandes ventajas en lugar de efectos detrimentales. También podemos activar y mejorar el control emocional simplemente al bajar el ritmo de la respiración y al darle al cerebro más oxígeno, de esta manera el mismo funcionará mejor y más descansado, paleando el estrés producido por el foco en el error.

Pedir autocrítica no es una buena salida, entrar en ese lugar y guiar es la misión de un buen líder, estar ahí previendo y ayudando a que cada escenario sea conocido, a que cada error sea una escalón para llegar a un lugar más alto, a que cada novedad venga de la mano de una explicación.

Autor: F. Mesaglio




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