domingo, 7 de septiembre de 2025

Hacer el bien en tiempos de indiferencia

 



Vivimos en una época en la que las comunidades parecen disolverse como arena entre los dedos. El amor por el prójimo ha perdido terreno y la crisis constante en la que habita el mundo empuja a muchos a encerrarse en la burbuja de su propia existencia. Se paga un impuesto y se cree que con eso ya se ha cumplido la cuota social. Como decía Albert Schweitzer: “El único que tiene derecho a mirar a otro de arriba hacia abajo es aquel que va a ayudarlo a levantarse.”

A nivel colectivo, es cierto que los Estados se organizan para sostener administración, seguridad, educación y salud. Pero ¿qué ocurre con el caso individual? Con la persona que, por accidente, enfermedad o simple mala fortuna, cae en desgracia. O con el emprendedor que tiene una idea brillante que podría mejorar miles de vidas, pero que no puede ni soñar con llevarla adelante por falta de recursos. Son las vidas que ruedan hacia las banquinas del sistema, donde la espera no es un lujo, sino una sentencia.

Habitamos un multiverso donde conviven realidades múltiples. Nuestra percepción del bien y el mal depende del contexto, del lugar donde estemos parados y de los valores que elegimos sostener. Viktor Frankl, que sobrevivió al horror de los campos de concentración, escribió: “El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida”.” Ese sentido muchas veces se encuentra en tender la mano al otro.

El superhumano

Hoy un superhumano no es aquel que vuela, que tiene rayos en los ojos o fuerza descomunal. El superhumano es quien puede sostenerse a sí mismo, cuidar de su familia y aun así encontrar fuerzas para ayudar a los demás. Es quien cura, alimenta, da techo, financia una idea o, simplemente, regala tiempo y escucha.

Pero no se queda ahí. El verdadero superhumano inspira a otros a sumarse y en esa inspiración se multiplica el impacto. Como dijo Margaret Mead: “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos pueda cambiar el mundo; de hecho, es lo único que lo ha logrado.”

Donar, participar, involucrarse: son actos que nos devuelven el control. Nos permiten decidir en qué queremos dejar nuestra huella, en lugar de dejar la decisión en manos de un tercero anónimo. Es como arrojar una piedra en un estanque y ver cómo la onda se expande más allá de nuestro alcance. Un gesto pequeño puede transformar una vida y esa transformación puede, a su vez, alterar el curso de muchas otras.

El regalo de dar

Cuando somos niños, la magia está en abrir los regalos. Pero con los años descubrimos un placer distinto: ver el rostro iluminado de quien recibe. Esa es la verdadera alquimia de la madurez. Y en un plano más profundo, ese gesto de dar sin esperar nada a cambio se convierte en una forma de trascendencia.

Ralph Waldo Emerson lo resumió con precisión: “El propósito de la vida no es ser feliz. Es ser útil, ser honorable, ser compasivo, hacer que signifique algo que hayas vivido y vivido bien.”

Hay pocos placeres tan intensos como el de salvar a alguien que tal vez nunca sepa quién sos. Pocas veces sentimos tanta libertad como cuando soltamos el ego y dejamos que la bondad se vuelva anónima. En ese momento, entendemos que no importa lo que tenemos, sino lo que sabemos que somos.

Reconectar con el bien

En un mundo hiperconectado tecnológicamente, paradójicamente vivimos desconectados emocionalmente. El desafío es volver a creer en el bien y, más aún, encarnarlo. El filósofo Séneca advertía hace siglos: “Ningún hombre es inútil mientras alivia la carga de otro”.”

No se trata de grandes gestos ni de millones de dólares, sino de una constancia de gestos pequeños que, como migas de pan, construyen un camino. Ese camino es lo que nos mantiene humanos frente a un mundo que, muchas veces, empuja a la indiferencia.

Porque al final, cuando llegue la hora de hacer balance, no nos lamentaremos por lo que dimos, sino por las oportunidades que dejamos pasar de mejorar una vida. El arrepentimiento nunca viene del acto de ayudar, siempre de la omisión.

Un llamado

Ser superhumano no es una utopía. Es una elección cotidiana. Está en la forma en que usamos nuestras palabras, nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestro conocimiento. Y, sobre todo, en la capacidad de entender que nuestra posición en la vida se mide menos por lo que poseemos y más por lo que decidimos compartir.

Quizás no podamos cambiar el mundo entero, pero sí el mundo de alguien. Y esa diferencia es suficiente para que valga la pena.

PD:

Hoy se cumple una semana que comencé a trabajar en GoFundMe y les puedo decir que desde el primer minuto uno tiene la sensación de estar ayudando a otros, de crear un camino para que otros puedan ayudar también, de ser parte de una acción transitiva en la que no sabemos cuán lejos pueden llegar el impacto de lo que hacemos. Toda esta sensación se multiplica en la interacción, con gente como Cata, Caro, Pradeep, Janahan, entre tantos otros,  que con ternura supieron guiarme en los primeros días en la empresa, pero que por sobre todo me mostraron en sus acciones el compromiso y la felicidad que obtienen del más puro de los propósitos. 

Autor: Fabian Mesaglio



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