Desde que los componentes necesarios para la vida se juntaron en una charco y el charco se juntó con más … charcos, el camino ascendente de la vida en lo más evidente de su evolución, encontró en la inteligencia un rasgo evolutivo fuerte, un potenciador enorme para una especie, una adaptación que en un proceso de mejora constante, lleva a las especies que mejor utilizan este recurso a ser más exitosas.
Pero este modelo tiene un limitante, cuando la mente crece más allá del punto en el que el entorno deja de ofrecer un desafío se pone vaga, si no hay un porqué, si no hay un motivo, comenzamos a declinar y hasta cometer errores adrede, nos ponemos a gritar desconsolados, incluso si es para escuchar el eco de nuestras palabras. Sin dejar de lado la constante necesidad que tenemos en la interacción con la sociedad que nos rodea, la cual se apodera de nuestra mente, pidiéndonos, reacción y empatía a los estímulos de nuestras propias tribus.
Así, el aburrimiento, se convierte en ese infierno en vida, en la estigia del conocimiento, en la falta de un motivo para seguir en un camino incremental. Y lo que le sigue a esto es…. envejecer, procrastinar, entregarnos a la depresión, a la rutina, sin algo que nos motive, sin esa pequeña chispa que nos lleva a movernos, no hay una razón por la cual continuar.
Y es a partir de esto que comenzamos a buscar infructuosamente nuevas fronteras para lanzarnos a su conquista, para enfocarnos, para poner en nuestra mente un objetivo que nos permita salir de la insoportable tedia a la que nos enfrenta esta realidad.
Por lo tanto, nos ponemos a crear nuevos paradigmas, cambiamos inclusive lo que funciona por ineficiente, lo simplificamos y nos devanamos los sesos, intentando dar ese siguiente paso, calculando, deseando tener un motivo para volver a levantarnos, creamos la fábrica de poner piedras en el camino, para que el mismo nunca sea simple.
Pero no notamos que el mundo que nos rodea está lleno de posibles experiencias, que lo que buscamos no es algo complejo sino algo más simple pero que sea tan sobrecogedor que nos tome por asalto el pensamiento consciente, que nos introduzca de prepo en el flujo, en el fino balance entre caer y no caer, entre acertar y no acertar.
Y así lo veo en cada uno de mis pares, que quieren dejar los números y el código, por el balance de una tabla de skate, la sensación de una tabla de snowboard o de surf, la velocidad de una moto, de un auto, lanzarse al vacío desde un avión, para temer, para sentirse vivos cuando se reduce el estómago al sentir la caída y a la vez la adrenalina, pero se logra el balance para quedar en esa finísima línea que separa el placer total del dolor de la caída, que mañana será el dolor del golpe, que se convertirá en un maestro y a la vez en el acicate que nos empujará a volver a intentarlo.
Entramos en la lucha por el propio control, por ser los únicos dueños de nuestras mentes, por no entregarlas al status quo, por encontrar nuevamente esa diversión que de niños nos impulsaba a nuevas experiencias de forma constante.
El tiempo pasa, el estudio nos ataca, el amor nos invade, los hijos nos subyugan, las obligaciones nos comprometen, crean ansiedades, angustias, nos ponen a pensar todo el tiempo para poder lograr, para poder tener, para poder mantener. Y a medida que el tiempo pasa nos vamos perdiendo a nosotros mismos y nos convertimos en seres sociales, somos parte de una máquina que funciona porque como nosotros un sinfín de personas deciden convertirse en engranajes.
Pero al crecer, comenzamos a entender nuevamente el secreto que tan naturalmente sabíamos, hacer aquello que nos divierta, sentir el flujo, la habilidad, el equilibrio, y simplemente dejar de pensar, porque de esa manera comenzamos a ser libres nuevamente. No pensamos, simplemente somos eso que logramos ser al meternos en el flujo, hacer un Ollie con la tabla de skate, freestyle con la de snowboard, un hoyo en uno jugando al golf, recorrer ese sendero con la moto, correr una maratón, aprender a meditar, lograr una técnica de artes marciales y sin siquiera sentir el cansancio, o el dolor, despertar al día siguiente llenos de ganas de conquistar esa nueva cima, ese desafío que viene con el presente de la total libertad.
Hacer algo que simplemente te permita sonreír, que te saque del pensamiento consciente para regalarte la libertad de hacerte uno con el Universo, porque una vez que encuentres ese balance, ya no importa lo que pienses, porque ahora son el viento, la inercia, las distancias, el riesgo, la precisión y la gravedad, los encargados de tomar tu mente, tu cuerpo y llenarte de alegría.
Y vos…. ya encontraste un camino para dejar de pensar?
Autor: Fabian Mesaglio
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