lunes, 14 de septiembre de 2020

El poder de las palabras

 


Quizás sea la frecuencia de onda del sonido producido, aumentada por la intensidad y la entonación que se le agregue, desde ese rango de volumen y cadencia, o de la gama de colores puestos en la imaginación del lector, repitiendo conceptos o luchando con el nacimiento de nuevos aspectos. Es poder desde su concepción, es idioma, es expresión, es transmisión, es trascendencia. 


Mirá cuánto nos define, que cuando pensamos realmente nos estamos hablando y nos relatamos cosas, con pesimismo, con optimismo, coloreamos todo aquello que compone los caminos que recorremos. A la par, una realidad compuesta por lo que nuestros sentidos interpretan de ella nos muestran un escenario fértil para que de cada una de esas conjunciones de letras sembradas nazca algún tipo de idea.


A alguien allá por 1938 se le ocurrió representar en radio (en la CBS) la obra de H.G.Wells, La guerra de los mundos. Orson Welles, el actor que actuó el relato, lo hizo de manera tan magistral que la audiencia cayó sin posibilidad alguna de evitarlo en una histeria colectiva, muchos creyeron que estábamos siendo invadidos desde el espacio exterior.  


Sencillamente, la gente creyó en esta idea que le estaban metiendo en la cabeza. en una nueva normalidad en la que un predador nos acechaba desde nuestra imaginación, donde el ser humano ante la posibilidad del exterminio involucionó hacia el roedor temeroso que se escondía por temor absoluto e instintivo. 


Desde los albores de la humanidad nos divirtió crear dioses que nos dictaran reglas, que nos dijeran cómo comportarnos, guías sobre las cuales montar estructuras, en las cuales progresar como especie. Como sociedad nos acostumbramos a creer en lo que nos dicen que tenemos que creer, porque el como estamos entrenados para hacerlo. 


Así, 92 años más tarde nos encontramos ante un escenario no tan distinto, luchamos a nivel mundial contra un virus que no entendemos, que no mata a tanta gente como otros y que muchos podrían considerar una mini evolución de un tipo de gripe. Las respuestas de los gobiernos fueron de las más variadas, algunos apostaron a inmunidades grupales permitiendo que la gente siga en actividad, otros al aislamiento. Pero esta nota no tiene que ver con la pandemias o la cuarentenas, sino con el subproducto más evidente, ese que nos cambia, que nos obliga a la adaptación o nos lleva a la locura, la nueva realidad a la que nos exponen, la mutación de las normas y las pautas sociales.  


Como podemos ver en The Truman Show la realidad está fabricada a partir del contexto en el que habitamos. El personaje es mantenido en una realidad preparada como un programa de televisión, para que “el mundo exterior” se divierta, toda esa realidad está armada en torno a Truman, a quién le contaron desde muy pequeño que esa “normalidad” frizada en los años 50 era la única existente. 


El poder de la palabra radica en que eso que nos dicen nos afecta, eso que nos decimos nos cambia. La forma en la que nos vemos a nosotros mismos le da dimensión a nuestra vida y desde ese punto nos relacionamos. El ritmo y la cadencia de nuestras diatribas nos presentarán ante otros sirviendo como llaves de acceso, algunas serán las indicadas y otras cerrarán más puertas de las que pueden abrir, pero finalmente, nos darán un lugar definido en la manada. Ya que construimos lo que decimos desde lo que somos y conocemos.  


Las palabras son escalones de una historia que nos llevará de planta baja hasta el piso que nosotros intentemos llegar, construirán el marco y la trama, nos dibujarán como el personaje central de nuestro relato y nos contarán las características de todos los demás cuyas historias se relacionan o se cruzan con las nuestras. Componiendo el entorno personal entre la vivencia y la construcción social de lo que nos rodea. 


Nos comunicamos y elegimos la conducta de todo lo que vamos a decir, ya sea instintivamente o como un compendio de normas mediante las cuales regimos el nivel de reacción ante cada estímulo que recibimos. Y nada de esto sería posible sin la construcción lingual. Sin la expresión con la que nos comunicamos, con la que forjamos ideas, si lo ponemos en contexto, intentar “pensar sin palabras” tiene que ser bastante difícil, por tanto el acto de pensar, tiene que incorporar algún nivel previo de identificación para su mundo circundante. Esto no quita que podamos imaginar o deformar la realidad, pero crear un mundo imaginario o distópico, cumple con las mismas reglas de la realidad que habitamos, es decir que necesitamos llamar las cosas de alguna manera, para poder interpretar su sentido, o viceversa. o_O


Esa persona que de alguna manera lee esta nota en TU cabeza, construye TU mundo con secuencias de letras, gestos, sonidos, imágenes que en general tendrán al menos un concepto que conozcamos, así sea el nombre del color preponderante de la misma. Identificamos todo desde nuestro conocimiento de los nombres de lo que nos rodea, pero avanzamos con lo abstracto, componiendo  y amalgamando la realidad como la interpretamos. 


E la antigüedad se decía que la hechicería tenía que ver con saber las palabras que denominaban las plantas porque eso los ayudaba a entender con qué curar, saber las palabras con las que denominaban a los animales o a los peligros los ayudaban a cazar o a evitar peligros, saber las estaciones les permitía escapar del frío o prepararse para la falta de comida, saber sobre las constelaciones evitaba que se perdieran. El común denominador ahí es el saber, el cual está compuesto de palabras que como estamos viendo, son puro poder, son pura magia, pura hechicería.


Y como aquello que no conocemos es magia tan solo basta correr el velo de la ignorancia, nos corresponde ser respetuosos y pensar en otros cuando permitamos que esas palabras nos dejen, ya que está en nosotros utilizar ese gran poder que nos confieren. Que nuestras palabras sean siempre representantes de nuestras acciones. Que nuestras palabras busquen siempre el fin de los conflictos y no el comienzo, que nuestras palabras siempre ayuden dando la mejor verdad posible  y que puestas en la balanza en contrapeso con nuestro corazón sean siempre más livianas. 



 Autor: F. Mesaglio

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