lunes, 1 de junio de 2020

Lugares químicos






Estados preponderantes en el ahora de nuestro yo, que pueden afectar la elección de las acciones a tomar ante una determinada situación. Estos son “modos” en los que el ser humano basa gran parte de su operatividad y que pueden ser moderados, si uno así lo decidiera. Aún considerándonos seres pensantes hemos de conceder que el instinto sabe ser parte constante en nuestro proceso de toma de decisiones.

El instinto, podría ser definido de alguna manera como el compendio completo de sensores que llevamos con nosotros, muchos de los cuales no son alertas evidentes porque los utilizamos menos que a los sentidos principales. Aún así los tenemos, detectamos cambios magnéticos, presión atmosférica y un montón de cosas más, que en momentos de alerta se combinan, regalándonos esa sensación de 6to sentido que nos indica en muchas ocasiones si lo que tenemos delante reviste peligro.

La ira


Los tiempos iracundos saben perderse en la batalla, en el grito, en la inconsciencia causada por la incapacidad de comulgar con una situación a un punto tan álgido, que se nubla la razón y se encamina la reacción, empujando las acciones que la componen hacia un punto en que la violencia tiende a ser la norma, sin importar cual sea el foco o la fuente.

Es un mecanismo de defensa que busca la producción de adrenalina con el fin de sobrellevar y atacar aquello que nos está cegando, aún cuando seamos nosotros mismos.

Es por esto que la violencia retrotrae al humano común a un lugar primitivo, defensivo y que parte de la impotencia o del temor.

El temor


El miedo, es otro estadio sensorial primario, otro escenario de sentidos en alerta y de una mente luchando con el estrés causado por una situación. La reacción ante esta sobrecarga emocional tiende a resultar en golpes de adrenalina, pero con grandes dosis de cortisol, que combinados son la base del estrés.

El miedo es el antecesor de la ira, del acto desesperado en búsqueda de salir de esa situación que nos causa tanto terror. También primitivo en nosotros, se hace carne y nos animaliza, deja tendales de patologías psicológicas, pero también es parte del proceso que nos lleva a seguir reglas y estructuras.

El temor posee mil caras se nos presenta como una forma de lidiar con el entorno, así lo hacían nuestros antepasados, y a tal punto nos afecta que llevó al ser humano a la necesidad de creer en lo divino para subsanar el pánico producido por lo desconocido, a la preferencia de subyugar nuestra realidad al pensamiento mágico por raro que pueda parecer.


La pasión


Si existe un compuesto de estados químicos que paraliza la capacidad de decisión este es quizás el padre y madre de la procrastinación del acto de pensar. El organismo se lanza a un océano de adrenalina, endorfinas y dopaminas en la que simplemente se entrega a un pensamiento inicial que queda en piloto automático sin capacidad de recalcular acciones hasta tanto el episodio de estallido mental disminuya.

No importa el tipo de pasión, de alguna manera desconectamos la mente y le damos control completo al instinto.

La tristeza


Con la mente repleta de noradrenalina, con bajos niveles de serotonina, es la otra cara de la ira, es la imposibilidad del logro, es la necesidad no cumplida, es la desmotivación y predecesor de la violencia, ya que comparten la desazón y la incapacidad de comulgar con lo que nos pone en ese estado.

La tristeza camina de la mano de la ineficiencia. Lleva a la depresión, convirtiendo voluntad en rutina y rutina en fin.


La alegría


La alegría puede llevar a la euforia y la euforia a la pasíon, pero nos encontraremos con oleadas de dopamina, un estallido de serotonina recorriendo nuestra mente y si nos bajamos del tren pasional, nos quedaremos con la sensación de bienestar producida por el escenario que puede darse en un sinfín de situaciones, que van en abanico desde la cobertura de una necesidad primaria hasta el éxito producido por el logro, ya sea propio o ajeno.

Se sabe decir que hay un lugar en el que la alegría es perfectamente posible, en el que nos acercamos a la iluminación que sólo puede producir la claridad de poder verlo todo.

El centro


Cuando hablamos de la búsqueda de ese lugar en el que nos encontramos a gusto, nos referimos a esa posición de balance, más tendiente a la dopamina que a la adrenalina. Un espacio, o pensamiento que permite que la mente …. contemple, visualice, “el centro” es un punto en el multiverso en el que podemos acallar todo lo demás, todo aquello que no esté en nuestro foco de atención.

Un lugar mental en el cual construir con nuestra memoria y capacidad lógica, como si fueran ladrillos y amalgama, para crear o para comprender lo creado. Muchos llegan a este estado desde la meditación y muchos tan sólo aspiran a poder hacerlo. A cerrar los ojos para poder ver por dentro, para poder ser felices en el equilibrio que nos brinda, en esa sensación de paz a la que se llega simplemente prestando atención a la propia respiración y permitiendo que ésta desplace todos los demás sonidos hasta quedar frente a ese único pensamiento, a esa quietud que te gritará la solución a esa gran pregunta que en este preciso momento te estás haciendo.



Autor: F. Mesaglio


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