miércoles, 27 de mayo de 2020

El propósito




Afortunado es aquel que consigue ver una meta al final del camino, quien puede dar dirección a sus acciones, porque al tener un destino tenemos el poder de decidir, de adelantar, de retrasar, de preguntar y seguir a otros o de crear nuevos caminos.

Durante varios milenios, nos indicaron en qué dirección ir religiones y gobiernos, pero con la expansión del mundo, la globalización y la pluralización de la información y el conocimiento, tuvimos que comprender que crecimos y que parte de crecer es decidir qué hacer con nuestras vidas… de nuestras vidas.

En esta historia épica, necesitamos conocer personajes, tipos desprolijos y libres como el “ello”, algunos rectos e incorruptibles como el “superyó” y otro, que en general hace de juez y de semáforo de los otros dos. Hablamos de una verdadera trinidad que espera a cada epifanía para cambiar la posición del personaje al volante.

Epifanía


Ese momento en el que se nos revela algo, donde se manifiestan esas cosas que viven ahí, en el rabillo del ojo. Son momentos en los que cambia el balance de poder que llevamos dentro, información que de un golpe, lo cambia todo. En lo personal me pasó al reflejarme en los ojos de mi hija por primera vez, en ese momento entendí esas cosas que tantas veces, etiquetaron tras un - cuando seas padre lo vas entender - todo junto y en minutos me enteré de que mi vida ya no sólo era mía. Ahora, antes de actuar, tenía que pensar si mis acciones podrían perjudicar esa otra existencia, de la cual ahora también era responsable, subyugando el “ello” al poder del “superyó”.

A una epifanía no se la identifica, es un acceso a conocimientos que nos impacta y que nos quema por dentro, que no nos deja duda de que estamos viendo algo que nos va a cambiar, un camino que tenemos que seguir, el atisbo de un propósito.

El Ello


El ello reclama, quiere, es básico e impulsivo, son esas ganas posibles e imposibles, castigo y recompensa desde el lugar más tajante, más básico, la alegría vs la tristeza a nivel de instintos, sin mediación alguna que no sea potenciada por el deseo o por el miedo.

Cuanto mejor adaptados estamos a una sociedad, más relegado queda el “ello”, hasta tanto, uno se subleva y le presta algo de control, esto tendrá que ver con las barreras que hayamos implantado para ponerle límites.

Aún así no deberíamos desterrar al ello, ya que es fuerza, es impulso y finalmente es instinto, tiene a mano todos esos sentidos que ni sabemos que poseemos, y de ellos toman y nos prestan tanta información como la que nos permitamos utilizar.

El superyó


Todas esas capas de sociedad puestas una sobre otras, reglas, límites, preconceptos, cosas que nuestros viejos y la gente que nos rodea nos impone, desde el chirlo en la infancia para que no nos quememos con la estufa, hasta la interpretación o creación de una ley o más básico aún en la producción de procesos que avalen las rutinas que nos evitan el estrés constante.

El superyó se encarga de limitar, presionando al recuerdo del castigo o la chance del mismo y apuntando a la sensación negativa que eso produce. Entregándonos así la visibilidad de los márgenes cartográficos de nuestras posibles acciones.

El Yo


Este…. es el que vos creés que maneja el ahora, la realidad o lo que interpretamos como ella, utilizando las reglas del superyó para moderar la trinidad y filtrando la información que llega al ello para que lo más extremo de cada situación no se convierta en adrenalina y estrés.

Así eso que sos, que soy, es la búsqueda del límite entre el placer y la moral, tratando de maximizar el primero y doblar lo más posible el segundo. YO… es quién ves en el espejo, quién responde las preguntas que te hacés antes de que el sueño te venza.

El camino en la distancia


Somos un constructo de experiencias, un rompecabezas que se construye y si tenemos suerte, también se deconstruye empujando así al cambio, al enfrentamiento con el status quo. Seguiremos caminos o los crearemos, evitaremos lugares o haremos foco en ellos, lo importante es entender que necesitamos diseñar y creer en nuestra historia, forjar un sendero con hitos que acunen nuestros pasos hasta llegar al final de esa meta que nos propusimos. De esa manera tenemos la capacidad de tener un atisbo de la felicidad plena, de la direccionalidad, del escaparnos de la inhóspita sensación que causa la languidez de la flotación a merced del tiempo y el espacio.

Con los ojos en la meta


Diría don Albertito Einstein que si te dedicás a eso que harías aunque no te pagaran por ello, que si hacés lo que te gusta, no trabajás un solo día más de tu vida, también nos sabía decir que si hacés una y otra vez lo mismo esperando resultados diferentes, posiblemente estés sufriendo de locura, y de golpe nos mostró que aferrarnos a caminos que no nos corresponden también está mal.

Depende de cada uno el tomar ese lápiz y dibujar un camino, el visionar destinos que infieran futuros detrás de los cuales podamos correr, porque no hay mayor tristeza que la quietud absoluta de no tener lugar a donde ir o puerto al cual llegar, no hay desierto mas infértil que aquel en el que no se tiene motivo para mover un pie detrás del otro. Porque no se crece sin mirar al lugar hacia el que se quiere llegar y finalmente, porque el viento no puede ir a nuestro favor si no sabemos a dónde queremos ir.


Autor: F. Mesaglio


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