lunes, 20 de octubre de 2025

En la era de la IA el problema de la realidad es conceptual

 



La realidad, ese lugar al que estamos seguros de pertenecer, puede que no sea más que una hipótesis compartida. Nos movemos dentro de ella como si fuese sólida, pero apenas la rozamos con el pensamiento, se deshace en preguntas. ¿Qué es real? ¿Qué es un constructo? ¿Qué es, en definitiva, esto que llamamos existencia?

Lo curioso es que cuanto más intentamos definirla, más escapa. La realidad es como una palabra que, al pronunciarla, se vuelve hueca. Cada intento de describirla la convierte en otra cosa. Y sin embargo, seguimos construyendo nuestras certezas sobre ella, como si se tratara de un cimiento firme.

El paradigma del ahora

Nos gusta creer que habitamos el presente, pero el ahora es una paradoja. Para nombrar un instante necesitamos imaginarlo; en el momento en que decimos “ahora”, ya es pasado. Todo lo que llamamos presente es una interpretación posterior, un eco procesado por la memoria.

La neurociencia nos dice que lo que percibimos como el “instante actual” es el resultado de un ensamblaje de datos sensoriales que llegan a destiempo, corregidos y sincronizados por el cerebro. Vemos el mundo con un pequeño retraso, pero lo vivimos como inmediatez. El ahora, entonces, es una ficción de coherencia.

Y en esa ficción, desplazamos el presente por la necesidad de interpretarlo. No vivimos lo que ocurre; vivimos la narración que hacemos de lo que creemos que ocurre.


Lo que vemos y lo que queremos ver

En el fondo, ver no es un acto pasivo. No percibimos el mundo: lo construimos. La visión no es la llegada de la luz a la retina, sino la interpretación de esa luz según nuestros deseos, miedos y expectativas.

Creemos en lo que vemos, pero también vemos lo que queremos creer. Si anhelamos que algo sea cierto, lo observamos de una manera distinta a como miraríamos algo que preferiríamos que no existiera. La observación se convierte en un pacto de fe.

La inteligencia artificial nos pone frente a este espejo. Al generar imágenes, textos o voces que parecen reales, la IA no engaña tanto como revela: nos muestra que la creencia precede a la evidencia. No necesitamos que algo sea real para que lo vivamos como tal; basta con que se ajuste a nuestras expectativas de realidad.

Vivimos en una época de realidades múltiples, en la que lo posible se confunde con lo verdadero y la certeza se disuelve entre los algoritmos.


La doble rendija de la conciencia

Desde que el experimento de la doble rendija mostró que una partícula puede comportarse como onda o materia según si es observada o no, algo se quebró en nuestra idea de realidad. La materia parece tomar decisiones en función de nuestra atención.

Si el acto de observar modifica el comportamiento de lo observado, entonces la realidad no es independiente de la conciencia que la percibe. Es una conversación, no un escenario.

Le damos entidad a las cosas con solo pensarlas, y más aún cuando las miramos. La realidad, entonces, no sería un conjunto de objetos sino una red de interacciones entre mentes, materia y significado. Un tejido en perpetua recomposición.

Y en ese tejido, la línea entre lo real y lo imaginado se vuelve borrosa.


El presente como construcción de la memoria

Todos los datos con los que conformamos la realidad a la que llamamos “presente” los tomamos de la memoria. Los sentidos aportan fragmentos, pero la mente los organiza según recuerdos, emociones y experiencias previas.

Cuando miras un árbol, no ves un conjunto de fotones impactando en tus ojos: ves la idea de “árbol” que tu memoria ha construido a partir de miles de experiencias anteriores. La realidad inmediata es, en realidad, un collage de pasado.

Esto significa que el ahora no es ahora. Es una simulación mental creada por la combinación entre lo que percibes y lo que recuerdas.

Y si el presente depende de la memoria, entonces está hecho del mismo material que los sueños.


Entre lo real y lo ilusorio

Cuando todos nuestros sentidos nos convencen de algo, ¿cómo distinguir si es real o no? 

Si la experiencia es indistinguible del engaño, ¿dónde se traza la frontera entre una nueva realidad y una ilusión convincente?

La historia está llena de ejemplos en los que la realidad cambió simplemente porque cambiaron las formas de percibirla. Durante siglos, creímos que el Sol giraba alrededor de la Tierra. No era una ilusión óptica: era una realidad compartida, sostenida por todos los sentidos y por el consenso cultural. Cuando el conocimiento se desplazó, cambió la realidad misma.

Hoy, ese desplazamiento ocurre con la inteligencia artificial, con los mundos virtuales, con las narrativas mediáticas. La realidad se fragmenta y se replica, multiplicándose en versiones que conviven y se contradicen. Lo que antes era verdad sólida se convierte en una variable dependiente del contexto, del algoritmo o de la intención del observador.


La duda como brújula

Podría parecer inquietante, pero quizás la confusión no sea un error, sino una puerta. La imposibilidad de distinguir lo real de lo irreal nos fuerza a repensar los cimientos de nuestra experiencia.

La duda no destruye la realidad; la amplía. Nos recuerda que lo que llamamos “mundo” no es un escenario estático, sino un proceso dinámico en el que participamos constantemente.

Aceptar que la realidad es conceptual no implica renunciar a ella, sino reconocer su naturaleza maleable. Significa admitir que somos coautores del universo que experimentamos.


Una invitación al asombro

Quizás el desafío no sea aferrarse a una realidad única, sino aprender a habitar la multiplicidad. Si cada observador crea un mundo, entonces vivimos en una constelación de realidades superpuestas que se tocan, se rozan y, a veces, se confunden.

Y allí, en ese espacio intermedio donde lo cierto y lo imaginario se mezclan, puede que abite lo más humano: la capacidad de crear significado incluso en la incertidumbre.

Lo real y lo irreal no son enemigos; son los dos extremos de un mismo juego.
El problema de la realidad, al final, no es que sea inalcanzable, sino que siempre está reinventándose cada vez que intentamos comprenderla.

Autor: Fabi Mesaglio


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