miércoles, 27 de mayo de 2020

Oficina y diversión




En un pasado muy cercano teníamos una construcción distinta del día de una persona, de la forma en que se tenía que trabajas, usábamos traje y en general una cara seria para acompañarlo. La creencia de que el trabajo es cosa seria se impuso en épocas en que el verticalismo en las empresas obligaba a la seriedad, impulsada por el respeto que provenía del miedo.

Así es que de a poco y de la mano de empresas más horizontales -con menos diferencia entre quién manda y quién opera- se dió un cambio enorme en el que la figura de jefe se convirtió en líder y la del empleado en un colaborador.

Llegamos a un momento en la sociedad en el que debemos empezar a comprender que no dependemos de hechos fortuitos o momentáneos, sino de forjar una continuidad, un curso en nuestras vidas que tienda necesariamente a la felicidad.

Esperar el fin de semana desesperadamente, evidencia que lo que uno vive en la semana no es lo que quisiera estar viviendo y acá comenzamos a ver un punto que se repite socialmente; sufrimos haciendo “dietas” para adelgazar y cuando las dejamos regresamos a las costumbres anteriores volviendo a engordar, cuando el secreto era cambiar de hábitos hacia una alimentación sana, que nos divierta y nos guste, para no retornar más a la anterior.

Con el trabajo sucede exactamente lo mismo; si una persona hace lo que le gusta, no “trabaja” un sólo día más de su vida, sino que se divierte. Una persona feliz, hace más, crea más, produce más. Por eso en el mundo empresarial nos encontramos con un nuevo paradigma, originar en la vida algo que haríamos por propio gusto.

La realidad está en que la gente necesita un propósito, y gran parte de esto es comprender cómo sobrevenir en un lugar en el que pasamos la mayoría de nuestra vida adulta mientras estamos despiertos.

El mejor escenario al que puede aspirar una compañía es uno en el cual su gente no quiere desperdiciar un solo día, porque se pierde de vivir cosas geniales o de compartir con gente que le es grata. Lograr grupos homogéneos en los que se plantea la camaradería como valor y punto de partida, y crear actividades que mantenga alerta a cada quién desde el interés suscitado.

Lograr que la oficina sea un lugar divertido y placentero no es juego de niños, pero tenemos un mercado lleno de técnicas que promueven el entretenimiento en el ámbito laboral; el secreto es hacer del lugar de trabajo un espacio alegre y descontracturado al punto en que nadie quiera perder la oportunidad de pasar ahí el mayor tiempo posible.

Más allá de los equipos y las herramientas que se utilizan en el día a día -que obviamente deben coincidir con las necesidades- es fundamental tener objetos divertidos en la oficina. Invitar a jugar a la gente es invitarlos a descrontracturarse, a bajar el estrés y a la vez participar como empresa para poder dirigir la distensión estratégicamente de manera que esa energía positiva pueda ser aprovechada.

Un lugar cómodo, gente afín, herramientas correctas y un propósito claro, son items de una lista que, cumplida, demostrará ser parte del éxito de todo lo que emprendamos. Hacer de cada día una jornada emocionante y buscar la camaradería entre la gente que elegimos dirigir, es aprender acerca del comportamiento de la manada. A veces no sólo se puede ser alfa, a veces hay que ser omega, ya que está en quienes dirigen el funcionar como un ecualizador de sus grupos. Observar y buscar grietas para evitar que las mismas se profundicen, buscar las caídas de ánimo y compensarlas con eventos, salidas o simplemente una estrategia que cambie el estado del grupo para bien, esto es lo que va a definir nuestro dia de oficina y el de cada integrante de nuestros equipos.

Antes de entrar en lo grupal, quizás aquellos que dirigimos, debamos comenzar un viaje de introspección para determinar cuáles son las cosas de esta senda que emprendimos que nos llevan a despertarnos cada día con una sonrisa, y de no ser así buscar qué podemos hacer para lograrlo.

Uno de los conceptos más complejos en este menester quizás tenga que ver con el dinero. La gente tiende a tomarlo como medida de éxito, pero resulta finalmente un triunfo vacío y sin meta, ya que no hay un puerto al cual llegar. Debemos preguntarnos cuánto dinero es el suficiente, y en ese punto podremos concretamente ver que es un camino que nos mantendrá siempre disconformes, es una carrera sin una meta.

Si transportamos este concepto al resto de la empresa entenderemos por qué los premios deben ser de tipo aspiracional y nunca monetario, la recompensa debe ser un hito en la senda y esa senda es aquella en la que somos felices con lo que hacemos bien, aquel en el que lo monetario es una consecuencia de lo que hacemos bien, pero jamás el fin.

Así podremos ver que la función de dirigir en parte también es entretener, otorgar un propósito, y facilitar las herramientas para realizar un buen trabajo y a la vez hacer que esa tarea sea algo con lo que la persona que la debe realizar se divierta.

Un colaborador feliz, produce más y contribuye a las ruedas positivas, impulsando así en sus compañeros un cálido direccionamiento de la energía. Una oficina con buena onda y descontracturada, fomenta un valioso sentido de pertenencia, e indistintamente de la tarea que nos toque, la disfrutaremos apreciando la alegría y contención que nos otorga formar parte del grupo.

Por todo esto, cuando nos toca dirigir, si queremos hacer las cosas bien necesitamos promover todo aquello que fortalezca cada día más al grupo, dado que la cohesión del mismo se convertirá en el mayor capital de nuestra empresa, en el semillero de creatividad al que cada miembro intentará contribuir para cultivar aún más su entorno.

Es quizás una gran idea la creación y/o transformación de cada oficina en un punto de relación y de asociación, un lugar donde se pueda crecer riendo, donde se pueda alcanzar conjuntamente una meta, emprender cada día una aventura junto a seres que también se convertirán en parte de esa familia, de ese equipo que nos apoyará y caminará a nuestro lado.

Autor: F. Mesaglio
Edición: V. Sundblad

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