Hay conceptos que merecen ser discutidos en un café. “Sé como el agua” es uno de esos. No es solo una frase cool para tatuarse en el antebrazo: es casi una forma de vida.
Imaginemos la escena.
Una mesa pequeña, tres tazas humeantes. Bruce Lee apoya el codo como quien está por dar una clase; Marco Antonio llega con la toga arrugada por tanto imperio encima; Nietzsche mira por la ventana, incómodo con la idea misma de “reunión”. El tema del día: por qué nos complicamos tanto la vida tratando de frenar lo imparable y empujar lo inamovible, en lugar de empezar por lo único que realmente controlamos: nosotros mismos.
Bruce Lee: “Vos no sos la roca, sos el agua”
Bruce arranca, como siempre, directo al hueso:
“Be water, my friend. El agua no discute con la forma, la toma. No empuja la pared, la rodea. No pelea con la gravedad, la usa.”
El problema, dice, es que confundimos adaptabilidad con rendición. Creemos que “ser como el agua” es dejar que el mundo nos lleve de acá para allá. Y es todo lo contrario: el agua llega donde quiere porque no se encapricha con el cómo.
Cuando en la vida o en el trabajo nos emperramos con una única manera de hacer las cosas, sufrimos. Queremos que la organización cambie, que el jefe cambie, que el contexto cambie… todo menos cambiar nosotros. Ahí aparece el superpoder mal entendido del ser humano: la capacidad de modificar el entorno.
Construimos procesos, estructuras, reglamentos, OKRs, roadmaps, rituales y hasta culturas completas para que todo “encaje” con cómo somos hoy. Y si algo no encaja… lo partimos a martillazos. Después nos sorprendemos de por qué estamos agotados.
Bruce se ríe:
“Entrenar el cuerpo sin entrenar la mente es como llenar un vaso roto. Cambiar el mundo sin cambiarte a vos mismo es igual.”
Marco Antonio: “La única provincia que nunca gobernaste”
Marco Antonio mira la taza como si fuera un mapa del Imperio Romano.
“El ser humano es fascinante: conquista medio mundo… y no conquista su propio carácter.”
Su versión de “ser como el agua” no pasa por fluir, sino por gobernar. Pero no gobernar afuera, sino adentro. En sus Meditaciones (sí, esas que escribió para sí mismo, no para LinkedIn), Marco fue bastante claro: la única cosa que verdaderamente controlás es lo que pasa en tu mente.
Y acá entra la paradoja moderna: tenemos más herramientas que nunca para modificar el entorno —tecnología, automatización, IA, políticas públicas, frameworks de gestión— pero seguimos tropezando con las mismas piedras internas: ego, miedo, expectativas ajenas, necesidad de aprobación.
Marco levanta la ceja:
“Intentás frenar lo imparable, como el paso del tiempo. Empujar lo inamovible, como la opinión de alguien que no quiere cambiar. ¿Y mientras tanto? Descuidás el único terreno donde tu poder es absoluto: tus pensamientos, tus juicios, tus decisiones.”
En el trabajo esto se ve clarito. Queremos menos burocracia, mejores líderes, mejores salarios, más reconocimiento. Todo válido. Pero pocas veces nos preguntamos: ¿qué estoy haciendo yo, hoy, para ser mejor colega, mejor líder, mejor profesional? Queremos que cambie “la cultura”, como si la cultura fuera una entidad mágica que vive en un manual, y no el resultado de lo que hacemos todos los días.
Marco baja el martillo estoico:
“No podés gobernar las redes sociales, ni el mercado, ni la economía. Pero podés gobernar cómo respondés a todo eso. Esa es la única provincia que nunca deberías perder.”
Nietzsche: “Fluir está bien, pero ¿hacia dónde?”
Nietzsche escucha, sonríe raro —como quien está a punto de patear el tablero— y entra en escena.
“Ser como el agua suena hermoso… hasta que recordás que el agua también se estanca, se pudre, erosiona, inunda. El problema no es fluir; el problema es fluir sin dirección.”
Ahí nos pega en un lugar incómodo. Porque a veces usamos la idea de “adaptarnos” como excusa para no elegir. “El contexto es así”, “la empresa es así”, “el mundo es así”. Y entonces flotamos. No somos agua, somos corcho.
Nietzsche propone otra cosa: si vas a ser agua, sé un torrente que elige hacia dónde va. Eso implica algo que cuesta bastante en estos tiempos de scroll infinito: asumir responsabilidad por tu propia formación, tu propia carrera, tu propia vida.
“Tu superpoder no es solo adaptar el entorno, sino crear un entorno donde tu mejor versión tenga chances de existir. Y eso empieza por destruir lo que sos hoy, al menos un poco.”
Nietzsche es incómodo porque no te promete paz; te promete construcción. Te dice que esa incomodidad que sentís cuando algo ya no encaja —un trabajo, una relación, un rol— no es un bug, es una señal. No para romper todo en un ataque de ansiedad, sino para preguntarte: ¿qué parte de mí necesita morir para que nazca algo mejor?
El error moderno: usar un martillo para todo
Volvamos a nosotros, siglo XXI, café en mano, notificaciones activadas.
Tenemos un superpoder histórico: podemos cambiar cosas afuera. Cambiar de país, de empresa, de industria. Automatizar tareas, escalar proyectos, influir en otros a una velocidad absurda. Pero en lugar de combinar eso con trabajo interno, nos quedamos solo con el martillo del cambio externo.
No me gusta mi trabajo → cambio de trabajo.
No me gusta mi jefe → cambio de jefe.
No me gusta mi ciudad → cambio de ciudad.
A veces hace falta, claro. Hay contextos que son directamente tóxicos. Pero cuando el patrón se repite, conviene preguntarse si no estamos empujando siempre la misma pared.
El agua hace otra cosa: prueba. Si el cauce se bloquea, encuentra fisuras, se filtra, se acumula, espera, vuelve a intentar. Usa la gravedad a favor. No empuja por orgullo; se mueve por necesidad.
En clave profesional, “ser como el agua” podría traducirse en cosas muy concretas:
En lugar de resistir cada cambio tecnológico, aprender rápido qué parte de tu rol se transforma… y qué parte puede crecer gracias a eso.
En lugar de enojarte porque “la empresa no comunica bien”, empezar vos a comunicar mejor con tu equipo.
En lugar de pedir que “el liderazgo cambie”, trabajar tu propio liderazgo desde el lugar que ocupás hoy, sin credenciales mágicas.
Ese tipo de cambios parecen pequeños, pero son los que, acumulados, terminan moldeando el entorno. Igual que el agua sobre la roca.
Tres voces, una misma idea
La charla de café va terminando. Bruce, Marco y Nietzsche no coinciden en todo, pero hay un punto donde sus universos se cruzan:
Bruce te recuerda que la vida no se trata de rigidez, sino de adaptabilidad inteligente.
Marco te insiste en que la verdadera batalla se libra adentro, no en el tablero político, corporativo o social.
Nietzsche te obliga a preguntarte si el flujo de tu vida tiene dirección o solo inercia.
Los tres, cada uno a su manera, te están diciendo lo mismo: antes de obsesionarte con modificar el entorno, probá con modificarte a vos. No porque el entorno no importe, sino porque todo intento de cambio externo que no viene acompañado de cambio interno termina siendo frágil, reactivo… y agotador.
Ser como el agua, en serio
Quizás “ser como el agua” no sea un slogan motivacional, sino un mapa:
Reconocer qué cosas son implacables (tiempo, cambio, incertidumbre) y dejar de gastar energía peleándoles.
Entender qué partes de la realidad sí podés moldear (tus hábitos, tu forma de pensar, tu forma de relacionarte, tu manera de trabajar).
Elegir una dirección que tenga sentido para vos, aunque el camino no esté claro del todo.
Al final del café, Bruce se levanta, golpea suave la mesa y dice:
“No se trata de ser más fuerte que la roca, sino más paciente que ella.”
Marco asiente, como quien firma un decreto silencioso. Nietzsche sonríe, porque sabe que al salir de ese café, si entendiste algo, ya no vas a ser exactamente la misma persona que entró.
Y ahí está el secreto: el entorno cambia, claro. Pero lo más revolucionario sigue siendo cuando cambiás vos. Lo demás, tarde o temprano, se acomoda alrededor. Como el agua.
Por Fabi Mesaglio
No hay comentarios:
Publicar un comentario