martes, 3 de septiembre de 2024

El Fin de los Semilleros: La Desaparición del Junior y quizás de los Maestros.



Durante generaciones, el aprendizaje de un oficio o profesión fue un proceso orgánico, casi ritualístico. En tiempos no tan lejanos, el aprendiz ocupaba un rol fundamental en la transmisión del conocimiento. Este rol era múltiple: el aprendiz no solo estaba ahí para realizar tareas básicas que no requerían la pericia o el costo de un artesano experimentado, sino que también representaba el futuro de esa misma artesanía. Aprendían al observar, al hacer, y, sobre todo, al ser guiados por quienes ya habían recorrido el camino que ellos comenzaban a transitar.


Pero esa relación no era unidireccional. El aprendiz, en su deseo de absorber conocimientos y habilidades, empujaba al maestro a refinar sus propias capacidades. La enseñanza se convertía en un proceso de mejora continua. En este intercambio, el maestro no solo transmitía conocimientos técnicos, sino también valores, ética de trabajo, y un sentido de pertenencia al oficio. Como dijo Aristóteles: "El educado difiere del no educado tanto como el vivo difiere del muerto." Este proceso formaba un lazo indestructible entre generaciones, asegurando la perpetuación del saber.

Nuestra especie ha prosperado en gran parte gracias a esta capacidad innata de transmitir conocimientos de una generación a otra. Es un sistema educativo tan natural que parece casi instintivo, una transferencia de saber que va más allá de lo académico. "La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo," afirmaba Nelson Mandela. Es una herencia viviente que se pasa de manos, de mente a mente, en una danza que se ha repetido a lo largo de los siglos.

Sin embargo, en la actualidad, esta danza parece estar perdiendo su ritmo. Quizás estemos asistiendo al fin de los semilleros, esos lugares donde los sin experiencia se formaban, crecían y encontraban su camino dentro de una empresa. Las empresas han sabido utilizar estos semilleros no solo como lugares de formación, sino también como fuentes de mano de obra económica, que podía ser moldeada y entrenada para encajar perfectamente en la cultura y los valores de la organización.

Pero el panorama está cambiando. La inteligencia artificial, con su capacidad para realizar tareas repetitivas y básicas con una eficiencia insuperable, está comenzando a tomar el lugar que antes ocupaban los juniors. Esas tareas que servían para aliviar la carga laboral de los expertos ya no requieren de manos humanas inexpertas. Las IA no solo hacen el trabajo más rápido y con menos margen de error, sino que también lo hacen sin necesidad de formación o supervisión.

Este cambio plantea preguntas importantes sobre el futuro de la formación y el desarrollo profesional. Si los juniors ya no son necesarios para realizar esas tareas básicas, ¿cómo se formará la próxima generación de expertos? "El aprendizaje nunca agota la mente," decía Leonardo da Vinci, pero sin un sistema claro para transmitir ese aprendizaje, podríamos estar privando a futuras generaciones de ese recurso invaluable. ¿Qué hubiera sido de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel o de tantos otros maestros si no hubieran podido ser aprendices primero? Si no hubieran tenido la oportunidad de observar, equivocarse y aprender bajo la tutela de un mentor experimentado, quizás no habríamos conocido las obras maestras que hoy consideramos pilares de nuestra cultura.

La historia está llena de ejemplos de grandes mentes que, antes de ser reconocidas como tales, pasaron años en la sombra de sus maestros, absorbiendo conocimientos y perfeccionando sus habilidades. "Un buen maestro no es solo alguien que enseña, sino alguien que inspira," dijo William Arthur Ward. Sin el sistema de aprendizaje, ¿cómo se inspirarán las futuras generaciones para alcanzar nuevas alturas?

Ante esta realidad, debemos preguntarnos: ¿cómo podríamos rediseñar nuestras estructuras laborales y educativas para que el rol del junior siga teniendo sentido en un mundo dominado por la automatización? La solución podría residir en la creación de una nueva disciplina, una en la que el aprendizaje no se limite a las tareas básicas que las IA ya pueden asumir, sino que se enfoque en habilidades complejas, creativas y profundamente humanas.

Podríamos considerar un enfoque donde el junior participe en proyectos de mayor envergadura desde el inicio, bajo la guía de mentores, con un enfoque en el aprendizaje colaborativo. Es decir, fomentar un ambiente donde el junior no solo contribuya en tareas menores, sino que también se le permita experimentar, proponer ideas y resolver problemas reales en equipo. De esta manera, el junior se convierte en un aprendiz en un sentido más amplio, desarrollando no solo competencias técnicas, sino también habilidades blandas esenciales como la comunicación, la empatía y el trabajo en equipo.

Además, las empresas podrían implementar programas de rotación de roles, donde los juniors pasen por diferentes departamentos y adquieran una visión holística de la organización. Esto no solo enriquecería su experiencia, sino que también les permitiría identificar dónde podrían aportar más valor a medida que avanzan en su carrera.

Incorporar la inteligencia artificial como una herramienta en lugar de un reemplazo es otra estrategia viable. Los juniors podrían aprender a trabajar con IA, gestionando y supervisando procesos automatizados, lo que les permitiría desarrollar una nueva serie de habilidades que serán cada vez más demandadas en el futuro.

Finalmente, es crucial que se siga valorando el rol del mentor. Los expertos no solo deben transferir conocimientos técnicos, sino también enseñar cómo pensar críticamente, cómo enfrentar desafíos éticos y cómo innovar en un mundo que cambia rápidamente. Como decía Albert Einstein: "La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela." Es esa educación, la que trasciende lo técnico, la que debe ser el foco de la nueva disciplina.

Enfrentamos un futuro en el que las máquinas pueden realizar el trabajo, pero no pueden reemplazar el valor de la experiencia compartida, del conocimiento transmitido a través de generaciones. Es nuestra responsabilidad, como líderes y profesionales, encontrar nuevas formas de asegurar que ese conocimiento no se pierda. Porque, al final, lo que está en juego no es solo el futuro de nuestras industrias, sino el futuro de nuestra humanidad.

Autor: Fabian Mesaglio


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