Vivimos inmersos en una sociedad que parece haber perdido su brújula. No tiene la más mínima idea de qué quiere y, en un caleidoscopio de contrapuntos y reflejos, nos presenta un sinfín de realidades multiplicadas por la necesidad imperiosa de entrecruzarlas.
Al caminar por las calles, se hace evidente que la coherencia se ha desvanecido, dejando en su lugar una maraña de deseos y aspiraciones conflictivas. Somos espectadores de un espectáculo continuo donde cada fragmento de realidad lucha por prevalecer, sin entender que su esencia misma se diluye en el caos colectivo. ¿Acaso no es así cuando vemos las redes sociales, un reflejo de un mar de voces que claman atención, cada una más discordante que la otra?